miércoles, 27 de abril de 2011

La Columna de los Miércoles

LA PELOTA NO SE INDISPONE

¿Alguien puede responderme desde cuándo se supone que hay que darles tantos privilegios a las mujeres? Esto yo no lo entiendo. Desde chicos nos criamos en una sociedad “machista” que nos enseñó que hay que darles ciertas cortesías como que pasen primero, que el asiento del bondi, que levantarle algo si se les cae, que pagar, que invitar, que llevar a la casa, que invitarlas para juntarse, que prestarle la campera y cagarnos de frío nosotros, etc. Bueno hasta ahí vaya y pase, pero… ¿alguien puede explicarme porqué se les tiene que cobrar menos a las minas cuando van a la cancha? Eso ya es el colmo de los colmos. En el único espacio donde nos las podíamos sacar de encima por completo, hacer la nuestra, liberarnos y hacer todo lo que nos dicta el corazón, ahora resulta que (a modo de invitación supongo) pagan la entrada a mitad de precio. ¿Por qué? Esto no tiene sentido. Porque ni siquiera es que “pagan menos pero después gastan adentro” porque eso es el extremo de lo absurdo, ¿o acaso vieron a muchas minas comiendo un terrible chori en el entretiempo, con una jarra de coca para bajarlo?

Basta. Esto no puede seguir así. Y escribo esto después de un extenso análisis personal que fui realizando por mucho tiempo. Marquemos nuestro territorio en este aspecto por lo menos. Porque, además, son un cáncer terrible para el fútbol, un tumor maligno que va haciendo metástasis y que termina por matar lo mas hermoso que tenemos semanalmente los muchachos. Y tengo un argumento bien sustentable en el cual basarme, y es el ejemplo de lo que ocurrió hace un tiempito en nuestra gloriosa institución: Si mal no recuerdo por allá por el 2006, después de la explosión de La Pasión Albirroja, parecía que se había puesto “de moda” ir a la cancha a ver al rojo y esto empezó a traer esa peste de hermosas curvas. ¿Y qué pasó? Muy fácil, el que vengan ellas hizo que aparezcan esos “fanáticos golondrinas” (por no decir giles que siguen a la masa), que iban a la cancha a hacer rostro, mejor cambiados que lo que se los había visto la noche anterior en La Chavela, con lentes de sol espejados y la camiseta del rojo de los 100 años (que no se la compraron hasta que vieron que el resto lo hizo). Algunos venían y se ponían cerca del sector derecho de la centenario donde se amontonaban varias féminas y el resto se acomodaba por ahí, siempre tratando de estar en un lugar donde todos vean que habían ido y desde donde puedan ver a los demás.

Pero no es sólo la migración de estos personajes detestables lo que me enoja de que el fútbol sea unisex, sino que también, por momentos, lograron transformar ciertos sectores de la tribuna en un lugar para mujeres. Me pongo a hacer memoria y recuerdo fehacientemente que si le tirabas un gallo bien escarbado de la garganta al lineman, las minas te miraban mal; si prendías una bengala cerca de ellas, te miraban mal; si le mostrabas el culo a los rivales, te miraban mal; si les pedías desaforadamente que canten, te miraban mal; si ibas vestido con el short mas roto que tenías, las topper agujereadas y la camiseta ya quemada por pirotecnia, te miraban mal; ¡sólo les faltaba que nos pidan que bajemos la tapa del baño cuándo íbamos a mear!

Y si voy a nombrar las cosas negativas no puedo hacer caso omiso a los puteríos que armaban entre hinchas, entre jugadores o entre hinchas y jugadores que obviamente no colaboraban a que haya un buen clima en absoluto. Y por último tengo que hacer mención especial a los comentarios de fútbol que hacían, que me cuesta encontrar palabras para describirlos (tal vez “terriblemente pelotudos” se arrime a una descripción correcta). Dichos como “¿ah nosotros éramos los amarillos?” en un partido con Progreso o “¡penal!” por una falta en tres cuartos de cancha, son ejemplos de momentos en que te daban ganas de pedirles, muy cordialmente, que se vayan a la “casa” de su hermana.  

Y después de eso lo que ya conocemos. Pasó la “moda” de ir a la cancha, ellas dejaron de ir, se llevaron a los “giles golondrinas” cual perros siguiendo a una hembra alzada, y quedamos los que estuvimos y estaremos siempre.

Entonces en este punto me vuelvo a preguntar, ¿porqué hay que cobrarle menos la entrada a un ser que genéticamente va a dañar al fútbol?, ¿porqué darles privilegios si sabemos que son sapo de otro pozo?, ¿porqué invitarlas a un lugar que sabemos que nos van a molestar?

Terminemos con esto. Y no lo digo de machista, chicas. Todo lo contrario, soy tan feminista que quiero que sean igual que nosotros y la igualdad implica perder esos privilegios, por supuesto. Si quieren venir a la cancha, perfecto no se les va a prohibir, pero sepan que es nuestro lugar, paguen igual que nosotros y adáptense a nuestro hábitat. Porque nosotros no vamos a la peluquería o a un spa a mirarlas mal cuando se ponen todas esas cremas, savias, pinturas y verduras en la cara.

Por lo tanto creo que es el momento de poner las cosas claras. Terminemos con los privilegios sin sentido. Ya una vez nos equivocamos y pagamos…pero…la pelota no…la pelota no se indispone. 

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