miércoles, 13 de octubre de 2010

Atlético y Biblioteca

Tarde gris, ideal para unos buenos mates y algo para leer. La sección literaria del blog nos trae hoy, de la mano de Juanjo Alloa, un emotivo relato que queremos compartir con todos ustedes. Se titula "Sueños rojos de una noche verano" y nos lleva de viaje por sus recuerdos del club, de la vieja cancha de Belgrano y Bismarck y de sus sueños con la albirroja. Que lo disfruten.

SUEÑOS ROJOS DE UNA NOCHE DE VERANO

Desperté una noche de verano en un sueño profundo, esas noches de calor y fútbol, de ilusiones y recuerdo, soñé que volaba de mi casa al club. Y era como que flotaba desde Chacabuco hacia el corazón del club, de mi club. Ví desde arriba que me acercaba al caracol y de repente se me vino la imagen de la cancha vieja, esa imagen de mi cancha que espiábamos desde arriba y en puntas de pies como tantos otros chicos que alguna vez jugaron o intentamos jugar fútbol con la gloriosa roja y blanca.



De golpe y en un instante como recordando infancia, me senté en medio del círculo en donde empieza un partido, en donde comienzan los sueños de un niño que se crió y mamó el club desde que recuerdo, del patio grande de casa, de partidos largos de tres y tres de arco a arco, gritando goles a ese público imaginario.

Por un instante, se hizo de noche; me encontré sentado en el círculo central, a la izquierda veía el banco de suplentes, la zonas de plateas que luego fueron tribunas de tablones y hierro, las cabinas de trasmisión, la hilera de árboles y en el fondo las canchas de tenis donde en algún momento jugué y muy atrás al final allá en el callejón, mi casa. Miro hacia la derecha, en penumbras la tribuna de cemento, pintada en un rojo y blanco, ennegrecida por el tiempo, enmarcada con las tres columnas de iluminación de hierro de un gris opaco con esos faroles redondos que de tanto en tano estallaban como fuegos artificiales. Todo muy oscuro reflejando la luna en mi rostro y como muy suavecito, despacito siento que nacía del césped, mitad césped y tierra, tierra de antes, tierra de mi club un suave canto: “dale rooo, dale rooo… dale rojo, dale rooo…” Levanté la vista y en penumbra el arco del hospital de la Belgrano con el parapelotas y su red y de fondo el tapial de ladrido amarillo quemado por el tiempo. Giré a la izquierda y ahí estaba, el bufete, la parrilla con sus imponentes ventanales verde oscuro entre abiertas como mirando un partido de reojos y de la chimenea saliendo despacio como demorando el tiempo ese humito con olor a choripán y coca. Más allá, la entrada vieja y la gente acercándose de a poco como fantasmas pidiendo goles, me dí vueltas mirando hacia atrás, hacia los vestuarios con el techo de zinc con el escudo grandote a rayas rojas y blancas y en a base CAYBA, como mi primer carnet de socio. Con esa carita de niño ilusionado, me acerqué a los vestuarios y me metí como pidiendo permiso, todo era silencio y oscuridad, al frente las escaleras del túnel que me llevaban a la cancha de nuevo, hacia la derecha la puerta del fichaje y de los árbitros, más allá el vestuario visitante; a la izquierda la doble puerta de madera en un gris profundo y viejo; abrí la doble hoja y en frente las banquetas para cambiarse con sus percheros, las camisetas acomodadas del 1 al 16 en un perfecto orden y más allá la camilla. Salí por el ventiluz y me acerqué a la caldera en la equina de la tribuna junto al depósito de cosas viejas y carretillas abandonadas de marcar la cancha, volví hacia los vestuarios, me dirigí hacia el túnel y en esa zeta de ladrillos oscura y húmeda llenas de ilusiones, se asomaba el portón verde entreabierto, cubierto con las viejas colchonetas del partido anterior, llevándome de nuevo al centro de la cancha donde seguía sentado con las manos abrazando mis piernas flacas con las medias caídas y estiradas, terminando en unas zapatillas flechas gastadas y agujereadas de tanto patear pelotas. De pronto como en un sueño, en este mismo sueño, se me fueron presentando imágenes de goles, de festejos alocados, de gorritos en tribunas y banderas rojas y blancas; agaché la cabeza, abrasé mi gorrito que todavía conservo, y como acelerando el tiempo me encontré de nuevo en esa noche oscura en que comenzó mi sueño y suavecito, muy despacito comencé a sentir de nuevo: “dale rooo… dale rooo, dale rojo, dale rooo…” subiendo de a poquito como brotando del césped.

En ese momento abrí los ojos y me encontré rodeado de sombras, de casas nuevas en esa misma cancha en donde comenzó mi sueño, ahora de balcones y patios con ventanales, rodeadas de fantasmas de fútbol y goles revoloteando alrededor mío, haciendo caer una lágrima en mis zapatillas flechas gastadas de agujeros rotos por patear pelotas.

Termina mi sueño y abro los ojos llenos de recuerdos, es sábado por la noche, veo a mis hijos con sus propios sueños de tribunas rojas y blancas, de la cancha nueva, de su cancha, de nuestro club, de zapatillas gastadas de patear pelotas y como entre dormidos y medio de reojo diciéndome, viejo mañana es domingo, ¡juega el rojo! Y muy despacito acariciando sus rostros, brotándome una lagrima, me meto en sus sueños y muy suavecito les respondo: “Sí… mañana vamos.”

1 comentario:

Jorge Battigeli dijo...

Excelente relato, me emociono muchísimo, como a todo hincha del rojo que entro a esa cancha de chico. Lo felicito señor Alloa